En la nueva normalidad, encontrar formas de disolver los límites entre los espacios internos y los exteriores es uno de los grandes desafíos. Y los arquitectos ya hablan del boom del diseño biofílico.
Se trata de un concepto utilizado en la industria de la construcción para aumentar la conectividad de los ocupantes con el entorno natural mediante el uso de la naturaleza.
Esta especialidad, que nació casi como excentricidad (Biofilia significa “amor por los seres vivos”) se convirtió en una herramienta esencial para convertir edificios de ciudades de puro cemento, en verdaderos jardines fragantes que emulen las sensaciones de frescura y libertad. Aunque un buen diseño biofílico no compite directamente con la posibilidad de acceder a espacios verdes naturales, sí evita las probabilidades de que un espacio resulte claustrofóbico o inhabitable.
El diseño biofílico contempla la construcción de jardines verticales y el sembrado de césped en interiores pero también la elección de paletas de colores, géneros y materiales que acompañan la sensación de estar viviendo en espacios de la naturaleza, acordes a las estaciones y a los ritmos circadiano que tanto se extrañó durante el confinamiento.
La Biofilia y el rediseño pueden hacer maravillas pero tienen sus límites. Por estos días, los estudios arquitectónicos hoteleros más importantes se dividen entre dos tareas titánicas: remodelar lo que ya hicieron y simplemente frenar y rever lo que está en marcha. Esto ha provocado que muchos proyectos de gran envergadura en ciudades como Dubai o Miami hayan quedado suspendidos para revisiones. Avanzar con modelos que no servirán para el mundo futuro es un lujo que la industria no puede darse por más jardines verticales que se logren construir. A la hora de pensar lo inmobiliario, apostar a que la normalidad volverá sin más parece naif. No porque no pueda suceder sino porque, aún si sucede, el 2020 ya habrá dejado su huella en nuestras cabezas y en lo que ahora soñamos de un hogar.
Se trata de un concepto utilizado en la industria de la construcción para aumentar la conectividad de los ocupantes con el entorno natural mediante el uso de la naturaleza.
Esta especialidad, que nació casi como excentricidad (Biofilia significa “amor por los seres vivos”) se convirtió en una herramienta esencial para convertir edificios de ciudades de puro cemento, en verdaderos jardines fragantes que emulen las sensaciones de frescura y libertad. Aunque un buen diseño biofílico no compite directamente con la posibilidad de acceder a espacios verdes naturales, sí evita las probabilidades de que un espacio resulte claustrofóbico o inhabitable.
El diseño biofílico contempla la construcción de jardines verticales y el sembrado de césped en interiores pero también la elección de paletas de colores, géneros y materiales que acompañan la sensación de estar viviendo en espacios de la naturaleza, acordes a las estaciones y a los ritmos circadiano que tanto se extrañó durante el confinamiento.
Capacidad de adaptación limitada
La Biofilia y el rediseño pueden hacer maravillas pero tienen sus límites. Por estos días, los estudios arquitectónicos hoteleros más importantes se dividen entre dos tareas titánicas: remodelar lo que ya hicieron y simplemente frenar y rever lo que está en marcha. Esto ha provocado que muchos proyectos de gran envergadura en ciudades como Dubai o Miami hayan quedado suspendidos para revisiones. Avanzar con modelos que no servirán para el mundo futuro es un lujo que la industria no puede darse por más jardines verticales que se logren construir. A la hora de pensar lo inmobiliario, apostar a que la normalidad volverá sin más parece naif. No porque no pueda suceder sino porque, aún si sucede, el 2020 ya habrá dejado su huella en nuestras cabezas y en lo que ahora soñamos de un hogar.
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