Exuberante y selvática, Bengala es el refugio que Carlos Páez Vilaró construyó en Tigre con el mismo espíritu de su legendaria Casapueblo.
Vegetación pródiga. El jardín, casi tropical, es uno de los lugares preferidos de trabajo. “La naturaleza me alimenta.”
Todo empezó a principios de los 80, disparado por lo que no prometía ser más que una serena caminata de verano. De la mano por una callecita de Tigre iban el artista uruguayo Carlos Páez Vilaró y su segunda mujer, Anette, la argentina que más tarde sería madre de tres de sus hijos. Al llegar a una esquina desbordante de vegetación, una vieja casa de madera de 1889 con nostalgia de estación de tren –pero hecha sobre pilotes– logró que la pareja hiciera un alto.
Dos casas, en el tigre. Páez Vilaró compró este terreno en 1984. En la edificación original, con una estética bien del Tigre, ubicó su atelier. Esta construcción tiene entre 140 y 150 años de edad, por lo cual decidió no tocarla, y construir una segunda casa, al estilo de Casapueblo, en Punta del Este (Uruguay) al lado, pero separadas, “para que no compitan los estilos”.
Más tarde, ese solar se convertiría en la Casapueblo argentina. "A partir de una casona de madera abandonada nació mi taller de Casapueblo, Tigre. Hoy estoy orgulloso de haberla anexado a la Casapueblo de Uruguay, como una demostración de la hermandad que existe entre el arte de los dos países".
El living circular es el corazón de Bengala. El brillo de la luz natural se refleja sobre el repujado de la chimenea con motivos marítimos, realizado en bronce.
Las líneas circulares y las paredes texturadas envuelven cada ambiente de la casa brindándole una inequívoca sensación de cobijo y calidez.
Tratar de explicar la raíz de las obras arquitectónicas de Páez Vilaró es imposible, porque nada tienen que ver con otras corrientes o vanguardias: sólo se pueden admirar como obras de arte habitables.
Vista desde la puerta de entrada y la fascinante escalera con abertura ovalada y biblioteca hecha de material, con esculturas y tótems rememoran sus años en África.
El corredor comunica el sector principal con el de huéspedes, que funciona como una casa independiente con su living, cocina y hasta su propio bar.
Vistas de la cocina de invitados y del comedor principal, donde a la mesa, otra genialidad de Páez Vilaró, se le agregaron orificios para colocar velas.
Realizada en etapas, al proyectarla se pensó en una vivienda funcional, que hiciera posible recibir con comodidad. De esa manera, se planeó un área principal y otra casi en espejo, para invitados. Ambas están unidas por un largo corredor que mira hacia la galería y tiene acceso independiente a las habitaciones de la planta alta.
Si bien el dormitorio se encuentra en un edificio independiente, está sólo a pasos de la casa principal y conectado con ella a través de una senda de cañaverales.
Del otro lado del parque, el atelier –poblado de un sinfín de obras pintadas por Páez Vilaró allí mismo– está siempre listo para recibir al artista en una de sus añoradas estadías. Mientras tanto, la propiedad funciona como espacio de interés cultural, donde se organizan recorridos con una guía especializada (que debe pedirse con anticipación) para disfrutar del mundo privado de un hombre que trascendió las orillas del Río de la Plata y es considerado uno de los grandes artistas latinoamericanos.
Las habitaciones de arriba se comunican entre sí a través de una amplia terraza que transporta a un mundo de cúpulas horadadas.
Cúpulas horadadas con cristales de colores y de salientes en cemento, inspirados tanto en arrecifes de coral como en animales marinos.
Con un esquema que imita a su par uruguaya, Bengala fue construida en franca contienda con líneas rectas y estándares clásicos del diseño.
Vegetación pródiga. El jardín, casi tropical, es uno de los lugares preferidos de trabajo. “La naturaleza me alimenta.”
Todo empezó a principios de los 80, disparado por lo que no prometía ser más que una serena caminata de verano. De la mano por una callecita de Tigre iban el artista uruguayo Carlos Páez Vilaró y su segunda mujer, Anette, la argentina que más tarde sería madre de tres de sus hijos. Al llegar a una esquina desbordante de vegetación, una vieja casa de madera de 1889 con nostalgia de estación de tren –pero hecha sobre pilotes– logró que la pareja hiciera un alto.
Dos casas, en el tigre. Páez Vilaró compró este terreno en 1984. En la edificación original, con una estética bien del Tigre, ubicó su atelier. Esta construcción tiene entre 140 y 150 años de edad, por lo cual decidió no tocarla, y construir una segunda casa, al estilo de Casapueblo, en Punta del Este (Uruguay) al lado, pero separadas, “para que no compitan los estilos”.
Más tarde, ese solar se convertiría en la Casapueblo argentina. "A partir de una casona de madera abandonada nació mi taller de Casapueblo, Tigre. Hoy estoy orgulloso de haberla anexado a la Casapueblo de Uruguay, como una demostración de la hermandad que existe entre el arte de los dos países".
El living circular es el corazón de Bengala. El brillo de la luz natural se refleja sobre el repujado de la chimenea con motivos marítimos, realizado en bronce.
Si bien esa vivienda original hoy perdura como el atelier del artista, en el extremo opuesto del inmenso jardín –escondida entre la mata tropical– se alza Bengala, la sorprendente casa erizada de galerías y cúpulas.
Las líneas circulares y las paredes texturadas envuelven cada ambiente de la casa brindándole una inequívoca sensación de cobijo y calidez.
Cada rincón es un descubrimiento. Uno de ellos es el frente de locomotora antigua invertido que el artista recicló como fachada del bar.
Tratar de explicar la raíz de las obras arquitectónicas de Páez Vilaró es imposible, porque nada tienen que ver con otras corrientes o vanguardias: sólo se pueden admirar como obras de arte habitables.
Vista desde la puerta de entrada y la fascinante escalera con abertura ovalada y biblioteca hecha de material, con esculturas y tótems rememoran sus años en África.
El extenso pasillo 'arriba' conduce hacia el área de huéspedes.
Con un devenir bohemio, Páez Vilaró proyectó su hogar con una gran austeridad; allí el ornamento decorativo entorpecería la mirada, fija en la arquitectura. En Bengala no hay grandes lujos, pero sí recuerdos de toda una vida. Quizá lo más admirable es la presencia de la mano del dueño de casa en cada rincón, en cada objeto, en sus bibliotecas pobladas de piezas que rememoran expediciones culturales por el mundo, en especial por África, donde vivió varios años.
El corredor comunica el sector principal con el de huéspedes, que funciona como una casa independiente con su living, cocina y hasta su propio bar.
Un inmenso carretel de madera para cableado fue transformado en una mesa de living y el durmiente de ferrocarril en una atractiva viga que se asoma en la pared.
Cuando le preguntamos por qué eligió esta esquina ribereña alejada de la ciudad, Páez Vilaró responde: "El Tigre es una región tocada por las manos de Dios. A la riqueza de su naturaleza se suma lo único que tienen sus pobladores. Me siento feliz de haber encontrado esta nueva familia". Cuentan que Bengala fue el nombre elegido porque que evoca al tigre, felino admirado por el artista y, más íntimamente, al barrio que la envuelve.
Vistas de la cocina de invitados y del comedor principal, donde a la mesa, otra genialidad de Páez Vilaró, se le agregaron orificios para colocar velas.
Uno de los dormitorios continúa con las líneas curvas del resto de la casa, pero es la única que se animó a romper con el imperio del blanco.
Realizada en etapas, al proyectarla se pensó en una vivienda funcional, que hiciera posible recibir con comodidad. De esa manera, se planeó un área principal y otra casi en espejo, para invitados. Ambas están unidas por un largo corredor que mira hacia la galería y tiene acceso independiente a las habitaciones de la planta alta.
Si bien el dormitorio se encuentra en un edificio independiente, está sólo a pasos de la casa principal y conectado con ella a través de una senda de cañaverales.
Mesa de material con individuales de cerámicos azulinos, la higuera y las palmeras son la sombrilla natural. Sillones de mimbre invitan a un intervalo de calma.
Del otro lado del parque, el atelier –poblado de un sinfín de obras pintadas por Páez Vilaró allí mismo– está siempre listo para recibir al artista en una de sus añoradas estadías. Mientras tanto, la propiedad funciona como espacio de interés cultural, donde se organizan recorridos con una guía especializada (que debe pedirse con anticipación) para disfrutar del mundo privado de un hombre que trascendió las orillas del Río de la Plata y es considerado uno de los grandes artistas latinoamericanos.
Las habitaciones de arriba se comunican entre sí a través de una amplia terraza que transporta a un mundo de cúpulas horadadas.
Cúpulas horadadas con cristales de colores y de salientes en cemento, inspirados tanto en arrecifes de coral como en animales marinos.
Con un esquema que imita a su par uruguaya, Bengala fue construida en franca contienda con líneas rectas y estándares clásicos del diseño.
Sublime!!! j'adore les maisons d'artistes et celle ci est extraordinaire! merci d'avoir partagé! BettyCC
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