La dueña de este jardín dejó, con paciencia, que la naturaleza se expresara libremente.
Poder comprar un parque con árboles añejos fue un verdadero lujo. El resto del jardín es el resultado de constantes ejercicios de prueba y error, de ir descubriendo qué crecía mejor bajo la premisa de: bajo mantenimiento.
La dueña compró un sinfín de plantas, pero sólo se quedaron aquellas que no daban trabajo y que resistían bien las heladas propias del lugar. No hay casi canteros, sino plantas agrupadas que conviven en armonía . La dueña se animó a sectorizar las áreas con arbustos altos, que sirven como ‘pared’ y dan una mayor intimidad. Tampoco tuvo miedo de invadir el césped con cubresuelos, como vincas y liriopes, porque sabía que ganaba al disminuir la manutención. "Otro cubresuelo que me da placer tener es el Modiolastrum; no demuestra signos de sufrir con las heladas y le pelea mano a mano a la glechoma", asegura.
Fue, de a poco, reciclando los espacios y aprovechando sabiamente las condiciones que ofrecía cada sitio. Así, donde se insinuaba un bajo y se recolectaba agua de manera natural, plantó pontederias, zefirantes y un cucharero (Echinodorus grandiflorus). Cuenta que, cuando murieron dos lambertianas añejas que sectorizaban el jardín con el estacionamiento, tuvo el impulso de correr al vivero y comprar otras dos. Pero con el tiempo decidió llenar el vacío con salvias, setareas, paspalum, achiras, y hacer un camino de quebrachos para comunicar las dos áreas.
Le atraen, desde hace varios años, las nativas y no pierde oportunidad de mezclarlas con las exóticas. De sus viajes a Misiones trajo dos zoitas (Luhlelas divaricatas). Su fascinación es el Croton urucurana que sacó de gajo: todo el año tiene sus hojas verdes y otras color anaranjado-rojizo, en forma de corazón.
Sobre gustos y colores
Se interesó principalmente por resaltar los contrastes de formas y follajes, y los diferentes tonos de verde. Reconoce que prefiere los lugares de sombra donde poder descansar contenida por un cielo vegetal.
Una vedette para casi todo el año es el Ceratostigma plumbaginoides que plantó en macizo a lo largo del ventanal del living. Da flores durante ocho meses y además se torna de color rojo en otoño. El heliotropo, herbácea nativa de flores celeste pálido, se cuida solo, aparece y desaparece según la estación. Se desparrama entre la piedra partida, aunque de vez en cuando hay que intervenir con las tijeras para ponerla en línea.
"Como arbusto noble no hay como el Plumbago capensis –asegura– que funciona para ocultar." Aunque sufre un poco las heladas, el resto del año tiene una producción continua de flores. Copiando la pared de granito de un sector de la casa, se construyeron, en dos lugares diferentes del jardín, dos pircas bajas y en forma curva, que rompen con la monotonía del plano horizontal del jardín, sirven de contención de canteros y funcionan como descanso.
La exuberancia y la diversidad de formas y colores hacen de este parque un lugar especial, que invita a permanecer, a descansar rodeado de frescura, a observar el transcurrir de cada estación que, como una caja de sorpresas, se ofrece renovada cada vez.
Poder comprar un parque con árboles añejos fue un verdadero lujo. El resto del jardín es el resultado de constantes ejercicios de prueba y error, de ir descubriendo qué crecía mejor bajo la premisa de: bajo mantenimiento.
La dueña compró un sinfín de plantas, pero sólo se quedaron aquellas que no daban trabajo y que resistían bien las heladas propias del lugar. No hay casi canteros, sino plantas agrupadas que conviven en armonía . La dueña se animó a sectorizar las áreas con arbustos altos, que sirven como ‘pared’ y dan una mayor intimidad. Tampoco tuvo miedo de invadir el césped con cubresuelos, como vincas y liriopes, porque sabía que ganaba al disminuir la manutención. "Otro cubresuelo que me da placer tener es el Modiolastrum; no demuestra signos de sufrir con las heladas y le pelea mano a mano a la glechoma", asegura.
Fue, de a poco, reciclando los espacios y aprovechando sabiamente las condiciones que ofrecía cada sitio. Así, donde se insinuaba un bajo y se recolectaba agua de manera natural, plantó pontederias, zefirantes y un cucharero (Echinodorus grandiflorus). Cuenta que, cuando murieron dos lambertianas añejas que sectorizaban el jardín con el estacionamiento, tuvo el impulso de correr al vivero y comprar otras dos. Pero con el tiempo decidió llenar el vacío con salvias, setareas, paspalum, achiras, y hacer un camino de quebrachos para comunicar las dos áreas.
Le atraen, desde hace varios años, las nativas y no pierde oportunidad de mezclarlas con las exóticas. De sus viajes a Misiones trajo dos zoitas (Luhlelas divaricatas). Su fascinación es el Croton urucurana que sacó de gajo: todo el año tiene sus hojas verdes y otras color anaranjado-rojizo, en forma de corazón.
Sobre gustos y colores
Se interesó principalmente por resaltar los contrastes de formas y follajes, y los diferentes tonos de verde. Reconoce que prefiere los lugares de sombra donde poder descansar contenida por un cielo vegetal.
Una vedette para casi todo el año es el Ceratostigma plumbaginoides que plantó en macizo a lo largo del ventanal del living. Da flores durante ocho meses y además se torna de color rojo en otoño. El heliotropo, herbácea nativa de flores celeste pálido, se cuida solo, aparece y desaparece según la estación. Se desparrama entre la piedra partida, aunque de vez en cuando hay que intervenir con las tijeras para ponerla en línea.
"Como arbusto noble no hay como el Plumbago capensis –asegura– que funciona para ocultar." Aunque sufre un poco las heladas, el resto del año tiene una producción continua de flores. Copiando la pared de granito de un sector de la casa, se construyeron, en dos lugares diferentes del jardín, dos pircas bajas y en forma curva, que rompen con la monotonía del plano horizontal del jardín, sirven de contención de canteros y funcionan como descanso.
La exuberancia y la diversidad de formas y colores hacen de este parque un lugar especial, que invita a permanecer, a descansar rodeado de frescura, a observar el transcurrir de cada estación que, como una caja de sorpresas, se ofrece renovada cada vez.
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