Volúmenes esenciales y voladizos audaces. Gramática distributiva casta y juegos de formas plásticas. También, un ejemplo impecable de propuesta constructiva.
Es la Casa Capece Venanzi en Giulianova, nacida del entusiamo y de la sintonía, muchas veces declarada, entre el comitente y el arquitecto.
La vivienda recientemente terminada constituye un signo de calidad en el paisaje que la contiene, en el conurbano difuso de la costa adriática, en los márgenes de la ciudad, allí donde la trama urbana pierde su fisonomía hasta asumir rasgos indistintos y anónimos. Pero hay un elemento al cual la casa se orienta: es la colina. Con ella la arquitectura dialoga estableciendo una relación de interacción visual poco común, mediante pantallas de vidrio de suelo a techo o paneles metálicos perforados con agujeros de diversos tamaños y formas heterogéneas, presentes en el balcón del primer piso y en el cerco perimetral.
La casa se articula sobre dos volúmenes paralelepípedos netos y rectangulares superpuestos de manera tal que el superior crea un doble voladizo -dominante hacia la colina, más contenido en el lado opuesto- apoyado en una de las mitades del basamento. La simetría inmediata es evitada. En cambio, se genera una trama de relaciones más refinada y sutil, intuitiva. Y en esta dialéctica reside el alma del proyecto y se materializa.
El volumen más pesado se enfrenta con el más etéreo: sobre el frente opuesto al de la colina el primero encarna la tipología consolidada por el zócalo de piedra y ofrece apoyo al segundo, cándido, luminoso, capaz de intercalar la tecnología de los materiales modernos con el lenguaje de la sensibilidad artística. El metal -frío- se contrapone con la piedra -cálida, morena, mimética, atávica-.
El rigor de las formas rectangulares se convierte en soporte de un mosaico abstracto de perforaciones de siluetas delicadas, tiernas, irregulares, diferentes entre sí. El efecto es el de una tensión continua en la cual el rigor concede voz a la poesía, el orden a la forma inestable del sentimiento y de la emotividad. En esta escena de constante confrontación habita una forma de equilibrio no convencional, confiada a la intuición y a los sentidos del espectador.
Tres son los niveles. El semisótano, donde el patio constituye el pivote alrededor del cual gravitan los espacios y permite relaciones visuales entre los ambientes de esa planta, la azotea jardín, la zona diurna y el volumen en voladizo; la planta baja, que reúne los ambientes comunes en torno a una escalera de acero; la planta alta destinada a albergar la zona nocturna y los ambientes más íntimos.
Los materiales de revestimiento -piedra y revoque- más allá de aludir a una dialéctica que pone en juego los binomios tradición/modernidad, calor/frío, expresividad/moderación, se convierten en los instrumentos para manifestar hacia el exterior los diversos usos de los espacios internos.
En la planta baja la piedra interpreta el papel de basamento, pero a la vez se brinda con amplias aberturas vidriadas a la colina. En la planta alta el revoque cándido reviste un volumen lineal, más introvertido, curioso por el paisaje circundante con el cual establece un diálogo menos inmediato, más complejo, filtrado por las “máscaras” metálicas del balcón.
Y hay luego un material intangible, pero motor de toda la composición: la luz, llamada a definir sombras y contornos, a penetrar hasta el corazón de la casa, a dar vida a un alfabeto de intensidad y cromatismos constantemente variables. Acogida sin reservas por las generosas paredes de vidrio, tamizada por las perforaciones sobre las pantallas de aluminio, la luz conquista y seduce el espacio. Por la noche, la casa Capece Venanzi se atreve al diálogo con las estrellas: el manto plateado de los paneles metálicos ofrece al cielo su constelación de formas luminosas.
Es la Casa Capece Venanzi en Giulianova, nacida del entusiamo y de la sintonía, muchas veces declarada, entre el comitente y el arquitecto.
La vivienda recientemente terminada constituye un signo de calidad en el paisaje que la contiene, en el conurbano difuso de la costa adriática, en los márgenes de la ciudad, allí donde la trama urbana pierde su fisonomía hasta asumir rasgos indistintos y anónimos. Pero hay un elemento al cual la casa se orienta: es la colina. Con ella la arquitectura dialoga estableciendo una relación de interacción visual poco común, mediante pantallas de vidrio de suelo a techo o paneles metálicos perforados con agujeros de diversos tamaños y formas heterogéneas, presentes en el balcón del primer piso y en el cerco perimetral.
La casa se articula sobre dos volúmenes paralelepípedos netos y rectangulares superpuestos de manera tal que el superior crea un doble voladizo -dominante hacia la colina, más contenido en el lado opuesto- apoyado en una de las mitades del basamento. La simetría inmediata es evitada. En cambio, se genera una trama de relaciones más refinada y sutil, intuitiva. Y en esta dialéctica reside el alma del proyecto y se materializa.
El volumen más pesado se enfrenta con el más etéreo: sobre el frente opuesto al de la colina el primero encarna la tipología consolidada por el zócalo de piedra y ofrece apoyo al segundo, cándido, luminoso, capaz de intercalar la tecnología de los materiales modernos con el lenguaje de la sensibilidad artística. El metal -frío- se contrapone con la piedra -cálida, morena, mimética, atávica-.
El rigor de las formas rectangulares se convierte en soporte de un mosaico abstracto de perforaciones de siluetas delicadas, tiernas, irregulares, diferentes entre sí. El efecto es el de una tensión continua en la cual el rigor concede voz a la poesía, el orden a la forma inestable del sentimiento y de la emotividad. En esta escena de constante confrontación habita una forma de equilibrio no convencional, confiada a la intuición y a los sentidos del espectador.
Tres son los niveles. El semisótano, donde el patio constituye el pivote alrededor del cual gravitan los espacios y permite relaciones visuales entre los ambientes de esa planta, la azotea jardín, la zona diurna y el volumen en voladizo; la planta baja, que reúne los ambientes comunes en torno a una escalera de acero; la planta alta destinada a albergar la zona nocturna y los ambientes más íntimos.
Los materiales de revestimiento -piedra y revoque- más allá de aludir a una dialéctica que pone en juego los binomios tradición/modernidad, calor/frío, expresividad/moderación, se convierten en los instrumentos para manifestar hacia el exterior los diversos usos de los espacios internos.
En la planta baja la piedra interpreta el papel de basamento, pero a la vez se brinda con amplias aberturas vidriadas a la colina. En la planta alta el revoque cándido reviste un volumen lineal, más introvertido, curioso por el paisaje circundante con el cual establece un diálogo menos inmediato, más complejo, filtrado por las “máscaras” metálicas del balcón.
Y hay luego un material intangible, pero motor de toda la composición: la luz, llamada a definir sombras y contornos, a penetrar hasta el corazón de la casa, a dar vida a un alfabeto de intensidad y cromatismos constantemente variables. Acogida sin reservas por las generosas paredes de vidrio, tamizada por las perforaciones sobre las pantallas de aluminio, la luz conquista y seduce el espacio. Por la noche, la casa Capece Venanzi se atreve al diálogo con las estrellas: el manto plateado de los paneles metálicos ofrece al cielo su constelación de formas luminosas.
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